El desarrollo económico y la seguridad colectiva son dos caras de la misma moneda


No puede haber paz duradera y, por lo tanto, seguridad colectiva, sin un progreso sostenible hacia la prosperidad. Esta simple idea inspiró el Plan Marshall, una de las iniciativas de mayor alcance del siglo pasado y sigue siendo relevante, especialmente dado el mundo actual de tensiones internacionales y riesgos geopolíticos, donde las decisiones sobre el equilibrio entre las necesidades de seguridad a corto plazo y el desarrollo a largo plazo deben tomarse todos los días.

Si bien cada vez se reconoce más el nexo entre la ayuda humanitaria, el desarrollo, la diplomacia y la seguridad en la respuesta a las crisis, no debemos perder de vista las inversiones a largo plazo que son esenciales para el desarrollo económico y la prevención y resolución de conflictos. No existe un simple compromiso entre estas categorías, razón por la cual la disminución de los niveles de ayuda oficial para el desarrollo en el África subsahariana debería ser tan preocupante para todos.

Por lo tanto, mientras los líderes se reúnen en la Conferencia de Seguridad de Múnich para debatir cómo apoyar la paz en un contexto de conflicto e inestabilidad crecientes, desde el Sahel hasta Ucrania y Oriente Medio, debemos asegurarnos de que la asistencia para el desarrollo pueda contribuir mejor a la agenda de seguridad internacional. Puede hacerlo a través de una mejor coordinación, acción, perspectiva e innovación.

Hay lecciones positivas del pasado, desde los Balcanes hasta Camboya, Colombia o Costa de Marfil, pero también casos de fracasos colectivos como Afganistán, Myanmar o Sudán. Lo importante es que aprendamos de estas experiencias para responder hoy a las personas cuyas vidas y futuros se ven trastocados por el conflicto y la crisis. Para 2030, casi la mitad de las personas extremadamente pobres del mundo vivirán en países afectados por la fragilidad, los conflictos y la violencia. Estos países también representan alrededor del 80 por ciento de la inseguridad alimentaria aguda y la mayoría de los 100 millones de personas que han sido desplazadas por la fuerza.

Dada la complejidad de los desafíos y la urgencia de la agenda, es necesaria una mejor coordinación entre todos los organismos que intervienen en una situación de crisis. La asistencia para el desarrollo, junto con la ayuda diplomática, militar y humanitaria, es un instrumento a través del cual la comunidad internacional puede responder a la mayoría de las situaciones de inestabilidad o conflicto. Cada organización tiene un papel que desempeñar, aportando sus propias perspectivas, instrumentos y recursos. Pero estas intervenciones no son independientes. Para tener éxito, deben articularse adecuadamente de modo que las acciones en un área puedan complementar y reforzar las acciones en las demás.

Los actores del desarrollo pueden contribuir a través de lo que hacen. A nivel nacional, se trata de apoyar el crecimiento económico y reducir las desigualdades que pueden desestabilizar las sociedades frágiles, mejorar la gobernanza y el funcionamiento de las instituciones que son la base de la estabilidad, y mejorar la prestación de servicios para restablecer un sentido de dignidad y esperanza en el futuro. A nivel global, también se trata de ayudar a absorber shocks, como el aumento de los precios de los alimentos provocado por la invasión rusa de Ucrania, o las amenazas a largo plazo asociadas al cambio climático.

Sin embargo, los actores del desarrollo también aportan una perspectiva que puede ayudar a sostener y amplificar los esfuerzos de otros, por ejemplo, ayudando a los gobiernos frágiles a ejercer políticas eficientes y, en el proceso, reafirmar su autoridad, y centrándose en la sostenibilidad a mediano plazo. A menudo dirigen un diálogo sobre el mejor uso de los escasos fondos para movilizar, aprovechar y utilizar los recursos disponibles al máximo.

También tenemos que innovar, incluso a través del apoyo financiero. Lo que importa no es solo la cantidad de fondos disponibles, sino también la forma en que se proporcionan: su plazo y previsibilidad, su carácter concesional y su capacidad para atraer otros recursos. Por ejemplo, en el Banco Mundial, a través de la Asociación Internacional de Fomento (AIF), el fondo para los países más pobres desarrolla herramientas de financiamiento que movilizan al sector privado al reducir el riesgo de las inversiones para crear empleos en contextos frágiles. Incentivamos la cooperación transfronteriza y la integración regional, que sabemos que son claves para reducir los conflictos. Proporcionamos financiación que es previsible a lo largo de varios años, de modo que se pueda mantener la inversión pública, por ejemplo, para educar a los niños refugiados y prevenir su marginación. Y estamos poniendo cada vez más en marcha financiamiento contingente para fortalecer la resiliencia de los países a las perturbaciones, incluidas las climáticas.

La proliferación de crisis internacionales en el último período es un poderoso recordatorio de que la paz y la seguridad no pueden darse por sentadas. Tenemos que actuar con urgencia y transformar la forma en que los actores internacionales trabajan juntos, para complementarnos mejor en nuestros esfuerzos por fortalecer la seguridad colectiva y fomentar la prosperidad.



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